JORGE MARIANO VALDIVIA CÓRDOVA“VALAYACU”


JORGE MARIANO VALDIVIA CÓRDOVA“VALAYACU” Huamanga-Ayacucho-Perú,  Artista Plástico y escritor, fue becado por el Gobierno Italiano. Es organizador y fundador de los grupos: “JATARIY CHIRAPA”, en Ayacucho (1970), del Taller “EL ARTISTA Y LA ÉPOCA” (TAE) en Ayacucho (1974), del taller de ArtesPlásticas “DAVID ALFARO SIQUIEROS” en Lima (1971), de la “Asociación de Docentes de Arte y Artistas del Perú” (ADAYAP) Lima (2008), siendo su Presidente fundador (2008-2011). Con premios en pintura a nivel nacional e internacional. En la actualidad cuenta con una obra literaria inédita titulada: “PINCELADAS APASIONADAS”
                                         ¡AHÍ VIENE MI PAPITO!
Mi vida tal lienzo dispuesto para recibir los toques de pinceladas sutiles y diestros del artífice sempiterno, el tiempo, que, en forma espontánea e inesperada, hizo que se difuminara la palabra tierna de un infante “papá” hasta disiparse por completo en la atmósfera de mi vida; nunca más deslizaron por mis labios esa expresión filial, cuando mi padre, de un momento a otro dejó de prodigarme su amor paternal, motivado por su ausencia abrupta, trágica y dramática del seno de mi familia.
Pero el tiempo, nada más que el tiempo, se encargó de hacerme “recordar”, “meditar” o de ponerme al “orden del día” con sabiduría, la necesidad de asimilar el infortunio, y comprender la verdadera historia de mi papá Héctor.
Llevado de la mano por dicha situación, que no llegaba entender, empecé el camino con expectativa y mucho interés dispuesto a develar la incógnita, pregunté a mi mamá Leoncia acerca de la ausencia permanente e inexplicable de mi padre; de pronto, con sumo cuidado, la gestora de mis días sólo atinaba responderme con evasivas, como para salir del apuro: “Doctito, tu padre muy pronto retornará”; bastó sólo ello para que sentadito en la grada del portón de ingreso a mi casa, aguardase, sea por las mañanitas o por los atardeceres, con una indescriptible ansiedad y quietud reflejada en mi rostro, con las miradas que se perdía en el vacío horizonte.
Lo esperaba con el único propósito de ser el primero en advertir el arribo de mi padre. Al ver aparecer la figura masculina, similar a la edad y características de mi padre, que veía reflejada en un transeúnte, me hacía estallar de alegría, como un relámpago, e irguiéndome, a flor de piel, empezaba a vivir mi alegría infantil y de manera indescriptible me alegraba, luego empezaba saltar, saltar y saltar frenéticamente, y con alegría desbordante, profería:
─ ¡Ahí viene mi papá! … ¡Hay viene mi papito! ─ y con la velocidad de un rayo, emocionadísimo, iba al encuentro de mi mamá exclamando:
─ ¡Mamá…! ¡Mamá...! ¡Mamita…! ¡Mí papá! ¡Mi papito!, ¡le lo lee…, le lo lee…! ¡Viene mí papito! ¡Mí papito está viniendo! ¡le lo lee…, le lo lee…! Pobre mi madrecita se quebraba de tristeza, preocupada y calladita, guardando en su corazón el secreto.
Cuando retornaba a mi lugar de interminable espera para darle la cálida y tierna bienvenida con mis bracitos abiertos a mi padre Héctor, mi sabiduría intuitiva me advertía que no era la persona que con tanta ansiedad esperaba; de pronto me sumía en una reverenda decepción. Decepción que, con su toque negativo, esfumaba como las nubes, tornándose mi alegría en tristeza, con mi ánimo lánguido retornaba donde estaba mi mamita y, entre mis lágrimas que descendían por mis mejillas, la preguntaba:
─ ¿¡Mamita! cuándo va a venir mi papito?
Aquella escena se repetía unas tras veces; hay…, pobrecita de mi mamita, se ponía en aprietos sin poder decirme la verdad; sólo se limitaba enjugar sus lágrimas y con especial afecto, tal elixir, refrescaba y tranquilizaba mi ser sus arrulladoras palabras:
─ ¡Docto, mi Ductito! ¡Mi querido hijo Doctucha!, tú padre volverá en cualquier momento… Te pido que tengas un poquito de paciencia…
Conforme transcurrían los días y los meses, las cariñosas palabras de mi madre ya no me tranquilizaban, por el contrario, se tornaba agobiante, hasta que un día, a mi mamita le arranqué de lo más profundo de su corazón la verdad que no quería decirme, poniéndola como entre la espada y la pared, con la siguiente pregunta:
─ Mamita, ¿dónde se encuentra mi papito?”; mi madre presa de su jaqueo y nada seguro de sí misma, titubeando, me respondió:
─ Este… este… en… en… lugar muy… pero muy… lejano, donde solo están los padres cariñosos, bueno─, aún seguía sin poder entender.

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